En realidad, en el fondo y en la forma se trata de eso, piensa Pardeiro. Cuestión de cojones. De ellos y nosotros, de quién se atreve y de quién aguanta más que el otro. Muy español, todo. Muy propio de ambos bandos. Un pulso bestial por unos pocos metros de terreno cuya posesión no cambiará el pulso de la guerra. La ermita carece de valor estratégico y apenas táctico; solo sirve de refugio a la única fuerza nacional que aún resiste en el sector. Pero los rojos quieren rematar la faena, y los legionarios no están dispuestos a ponerlo fácil.
Se trata de una historia coral con una buena cantidad de protagonistas que representan casi todas las posiciones de la batalla, oficiales, novatos, reporteros de guerra, mujeres soldado. En este sentido, los personajes no dejan de ser estereotipos sólidamente construidos que sirven para representar varias de las muchas aristas de la contienda. Tan solo los conocemos durante los diez días que dura el enfrentamiento y poco sabemos de su vida previa. Contrario a la norma, el drama aquí no lo aportan los personajes, sino la guerra, los personajes son el escenario en que ocurre. Cada personaje tan solo tiene su propia visión del evento, sesgada por el momento y el lugar, y también por la propia personalidad de cada cual. No es hasta que vemos la misma escena desde varios puntos de vista que vamos tomando una conciencia plena de lo que está aconteciendo en la batalla. Eso sí, pese a ser efectivamente estereotipos, no son meros estereotipos. Si algo destaca especialmente en la novela además de las espectaculares y detalladísimas escenas de acción son los diálogos. Cada personaje tiene una voz perfectamente diferenciada. No habla igual el requeté catalán que el oficial de la legión, el antiguo minero republicano que la reportera americana. Cada dialogo de la novela, da igual qué personajes intervengan es una delicia, uno lee a personas reales, con sus dramas y sus risas, sus bromas y sus piques. Personas normales viviendo una situación anormal.
—Sin poder fumar esta guerra es una mierda.
—Y hasta fumando
Pérez-Reverte muestra ambas caras del conflicto sin juzgar a nadie en ningún momento. Los héroes son de ambos bandos, igual que los villanos. Uno puede tener sus favoritos al comenzar la novela pero llegado determinado punto el lector ya está condenado, gane quien gane lamentará la derrota del perdedor. No se trata de una novela política, sino más bien antipolítica. Perez-Reverte que lo mismo tira para un lado que para otro, define a hombres que están en la batalla luchando y muriendo por un ideal que a menudo ni conocen ni comparten. Los soldados que disparan sus fusiles desde la trinchera de Línea de Fuego no lo hacen por defender un partido o una bandera, sino por salvar/vengar a sus compañeros, por un trago de agua, por volver a casa, por pura y agotadora terquedad. Se trata de personas corrientes que vivían vidas corrientes, separadas de la política. En determinado momento llegó a ellos la guerra y la vida y la política se convirtieron en la misma cosa.
Puede ser que en ciertos momentos, especialmente al final de la novela, Pérez-Reverte haga un leve esfuerzo por expandir la historia, por relacionar la batalla que está contando con el devenir de la Guerra Civil en su conjunto, pero se trata tan solo de breves apuntes que no van mucho más allá. Aunque sus personajes sean conscientes de lo que ocurre más allá del frente, lo son tan solo desde su propia subjetividad. Lo importante para ellos, y por lo tanto para el lector es lo que está ocurriendo están viviendo, la falta de agua, las heridas, lo piojos, el sudor. Pérez-Reverte no quiere levantar demasiado la vista de esto. La novela no deja de ser, como él mismo ha repetido en diversas ocasiones, “solo una novela”, y lo que cuenta es el horror y la verdad de la guerra desde el punto de vista más cercano posible.
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