Sidi. Un relato de frontera. Arturo Pérez-Reverte

“Ruy Díaz se puso la cofia y se encasquetó el barbuquejo, el fuego de las hogueras hizo relucir sus ojos tras el protector nasal de acero.  
–No van a castigarte esta vez. Estaré de vuelta antes del alba. 
–Si Dios quiere, amigo mío.  
–No te preocupes… Querrá” 

Se ha dicho que un escritor vuelve siempre a contar la misma historia. Ciertamente los artistas (entendamos la palabra como artesano en honor al invitado de hoy), sean escritores, cineastas o músicos, suelen retomar sus propios temas una y otra vez, el amor, la traición, las relaciones filiales, la política; son esos temas los que les hacen ser quien son, los que les otorgan identidad como artistas, y los que hacen que sus seguidores les sigan. Arturo Pérez-Reverte, yendo más allá convierte los temas en personajes y es con estos con los que puebla sus novelas una y otra vez. Es difícil leer a un Falcó, a un Alatriste o en este caso a un Sidi y no reconocerlo inmediatamente como hijo legítimo del escritor. Hombres de honor, que hacen lo que tiene que hacerse cuando tiene que hacerse, cueste lo que cueste, con las lealtades claras. Con estos personajes como pilar fundamental, Pérez-Reverte se da la libertad de explorar en lo temático y lo mismo habla de las guerras napoleónicas que de la vida de un grafitero, o reinterpreta la vida temprana del Cid. 

En Sidi Pérez-Reverte desnuda la leyenda del Cid de cualquier elemento patriótico que pudiera haber tenido y lo convierte en un personaje de western de John Ford (sus propias palabras, muy acertadas). El Ruy Díaz de la novela no es un héroe sino un mercenario, alguien que lucha para ganar el pan de mañana, el suyo y el de sus hombres. Y lucha bien. Sin importar para quién. Se trata de un hombre que sabe reconocer los valores en aquellos con quienes trata, y que se relaciona de igual manera con un rey musulmán que con el último de sus subordinados. Un hombre que da lo que recibe, que honra a Dios pero que sabe que la fortuna se la tiene que crear uno mismo. Este Sidi es un líder, uno que hace las cosas no porque quiera sino porque debe. Como cualquier personaje de Pérez-Reverte tiene más cojones que corazón, si el Rey Alfonso VI le destierra un año, el se destierra dos; eso sí, bajo ningún concepto luchará contra él, sin importar cuánto le paguen, es su rey legítimo, y ciertas cosas son sagradas. Ruy Díaz es un hombre que no entiende de religiones, solo entiende de dinero y de guerra, y son precisamente esos ámbitos los que otorgan al personaje una visión privilegiada de los hombres y el entorno que le rodea. No juzga a los hombres por ser moros o cristianos, sino por lo que hacen y cómo lo hacen. 

Ha dicho Pérez-Reverte que Sidi se trata de un manual del liderazgo y ciertamente algo de esto hay. La novela no se alarga durante toda la vida del personaje sino que toma un periodo muy concreto y muy corto, tan solo un pequeño vistazo a un par de momentos de su vida, cuando su leyenda comenzaba a forjarse, el número de sus seguidores se hacía cada vez mayor y los amigos los encontraba a ambos lados de la frontera. Lo que a Pérez-Reverte le interesa, más que la veracidad histórica -que la hay, por supuesto, en su justa medida-, es desgranar qué hace que un grupo de hombres duros, violentos, sin dinero y con hambre sigan a un hombre durante kilómetros a lo largo de una zona de guerra cumpliendo sus órdenes, muriendo por él y refrenándose cuando así lo ordena. Quizá por lo reducido del periodo que cuenta, Pérez-Reverte retrata a sus personajes con pocos trazos, maneras sencillas y lealtades claras. Los define a través de acciones y diálogos. Frases cortas que cuentan mucho. No necesita mucho más. Y con ello recupera para nuevas generaciones a uno de los personajes clásicos de nuestro país y trata de sacar aprendizajes que puedan servir hoy en día en un país que no ha cambiado tanto como puede parecer desde el siglo XI. 

–¿Me permites acompañarte?  
La sorpresa del otro se trocó en estupor.  
–¿Conoces la oración de la tarde?  
–Las conozco todas.  
–¿También las rakaat?... ¿Los movimientos?  
–Sí.  
–Pero eres cristiano.  
–Rezamos al mismo Dios, que es uno solo –Ruy Díaz empezó a descalzarse, quitándose las huesas–. La ilaha ilalahu… o hay otro dios que Dios, Mahoma es el mensajero de Dios y Jesucristo otro gran profeta… ¿No es cierto?  
Asintió el moro complacido.  
–Ésa es una gran verdad.  
–No veo, entonces, ninguna razón que nos impida orar juntos.  
Se quedó el moro inmóvil y en silencio.  
–Eres un hombre extraño, Sidi –dijo al fin.  
–No, rais Yaqub –cumpliendo el ritual, Ruy Díaz se pasaba una mano mojada por la cara–. Solo soy un hombre de frontera.

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