He desarrollado una maquinaria interior que me permite aplazar aquellas actividades cuyo esfuerzo para llevarlas a cabo supere mi deseo de concluir alguna cosa.
El libro está construido mediante una sucesión incesante de preguntas, no a modo de cuestionario sino de reflexión profunda sobre el ser y sobre la propia vida y función de uno mismo en el mundo. Un pensamiento lleva a otro y este a su vez plantea una pregunta que lleva a una incógnita inesperada. Los pensamientos fluyen en la cabeza del protagonista en un entorno en donde lo real y lo imaginado (¿acaso no es real también lo imaginado para quien imagina?) se mezclan y se confunden. Para los efectos de la novela, el agujero negro de la pared es real y en ningún momento el protagonista o su vecino físico solar dudan de su existencia. Como igualmente reales son todas las reflexiones y procesos mentales por los que pasa el narrador o los objetos que van selectivamente desapareciendo en la nada conforme va desmontando su vida.
No soy nadie si no lucho, si no me doy de cabeza contra un muro. No puedo llamar vida a una existencia sin dolor.
La verdadera acción de la novela es el discurrir de su pensamiento, prácticamente nada sustancial tiene lugar fuera de su cabeza, más allá del agujero que de forma ominosa y rutinaria va tragando su vida y su entorno, pero ni siquiera eso es realmente importante, tan solo una parte más del decorado, una proyección física de un proceso mental. El protagonista tenía previsto un viaje pero acaba contra su expectativa haciendo uno muy diferente, uno que no sabía que necesitaba. Comienza el relato queriendo dejar todo atrás, su trabajo, su familia, toda su vida buscando algo que no es capaz de definir. A lo largo de los capítulos, pasado y presente se entremezclan trayendo a la superficie recuerdos de su vida arruinados por la depresión –el único recuerdo que tiene de unas vacaciones con su pareja es el de la carne azulada podrida en la nevera-; una vida distorsionada por pensamientos contaminados. Por eso es llamativo que sea precisamente al volver a ponerse en contacto con los elementos que ha abandonado, con la vida que ha dejado atrás (Lidia, la maleta) que es capaz de encontrar el empujón necesario para llevar a cabo el viaje final.
Me desconcierta la homogeneidad de mi generación: el hecho de que todos hayamos visto las mismas películas, leído los mismos libos, experimentemos un mismo aburrimiento y huyamos en la misma dirección.
Tener una vida es una novela solo por casualidad, bien podría haber sido una obra teatral o sencillamente una colección de reflexiones personales del autor, casi recién sacadas en bruto de su propio diario personal, pero Jándula es capaz, a través de la idea del agujero negro, de unir todas estas reflexiones en un único relato perfectamente coherente. Una reflexión profunda sobre la propia existencia del hombre en el mundo actual.
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