Crónica del Festival de Cine de Sitges 2019 II

Continuamos con la crónica del Festival de Cine de Sitges con una serie de películas de una calidad media muy elevada. Entre ellas algunas de las mejores obras del festival.

Vivarium

Vivarium (Lorcan Finnegan, 2019) es, como muchas otras películas del festival una historia que podía haber sido un capítulo redondo de Twilight Zone o de Black Mirror. En formato largometraje queda quizás demasiado estirado, pero no por ello resta mérito a uno de los films más interesantes del festival. Con una premisa tan sencilla como la de una pareja que se queda atrapada en un barrio residencial en el que solo viven ellos, Vivarium traza una metáfora sobre el modo de vida actual y los problemas y traumas a los que se enfrenta una pareja hoy en día en un mundo de consumo y clichés en el que todo está predeterminado. Comprar una casa, tener un hijo, trabajar, ver pasar un día tras otro hasta la vejez y el hastío, todo está aquí representado de forma más o menos sutil (la película tampoco engaña a nadie, el mensaje está claro y no trata de ocultarlo). Merece la pena destacar a Imogen Poots que aquí da mil vueltas a un Jesse Eisenberg que cada día actúa menos y hace más de sí mismo. Es una lástima que al final de la cinta nos quedemos con la sensación de que han querido alargar demasiado algo que no daba para tanto.

Gala Meliés: Viaje a la luna, Nimic y Lux Aeterna

Fue una auténtica gozada poder asistir a la Gala Melies, fue una de las proyecciones mejor elegidas de todo el festival. Dejaremos de lado el espectáculo, cada cual que escoja si bueno o malo, que dieron Gaspar Noé y Asia Argento cuando el primero entregó el premio a la segunda en reconocimiento por su carrera y pasaremos directamente a la programación. 

En primer lugar la proyección de El viaje a la luna (Le voyage dans la lune, Geroge Méliès, 1902) de Geroge Melies en su versión restaurada a color nos ponía en los orígenes del cine, una época de pioneros en la que una película que hoy nos queda muy lejana fue auténtica vanguardia de la industria cinematográfica, representando grandes avances en campos como la ciencia ficción o la animación. Poder disfrutar de esta película en el entorno del festival de Sitges y acompañada de las dos siguientes películas fue todo un acierto.

A continuación la nueva propuesta del imprescindible Yorgos Lanthimos, en esta ocasión el cortometraje Nimic (Yorgos Lanthimos, 2019). El griego retoma sus tropos habituales, diseccionando la sociedad moderna y el concepto de identidad con un estilo impresionista que recupera de nuevo y que ya es marca de la casa. Protagonizada por Matt Dillon, que como tantos otros está resucitando su carrera gracias al fantástico, Nimic resulta ser una pieza esencial para estudiar y entender la filmografía de uno de los directores más interesantes del momento.

Y si comenzamos la gala con el cine de vanguardia de principios de siglo XX la acabamos con el cine de vanguardia de comienzos del siglo XXI. Gaspar Noé trae su nueva propuesta al festival tras haber ganado el máximo galardón el pasado año con Climax (Id, Gaspar Noé, 2018). Es difícil calificar Lux Aeterna (Id, Noé, 2019) desde una postura cinematográfica normal. La cinta es un instrumento delirante y atrevido, que derrocha amor al cine y una cierta cantidad de provocación gamberra. Noé está acostumbrado a filmar de una forma que pocos directores comprenden, casi sin guión y con altísimas dosis de improvisación. Improvisación no solo en el aspecto interpretativo, que también, sino incluso en el argumental. Cuando Noé comienza a dirigir una película, todavía no sabe cómo va a acabar. El cerebro del director funciona de una forma diferente al del resto de los mortales, ve el mundo desde una óptica diferente, y muestra en pantalla lo que su cerebro interpreta del mundo. Lux Aeterna Se trata de una película-experiencia en la que el director trata de hacer sentir al espectador lo que los personajes están sintiendo, es una dimensión del concepto del cine a la que no estamos acostumbrados. Pero esta vena provocativa y experimental no quita para que Noé sea un grandísimo cineasta. La primera parte de la película derrocha cine en cada plano y aunque solo se trate de una repetición de temas y formas ya visitadas por él anteriormente no por ello es menos apreciable. La segunda parte, que pone a prueba hasta al espectador más entusiasta, quizás no tenga valor más allá del mero concepto en sí, pero sin duda es lo que convierte a Lux Aeterna en lo que es, una de las películas imprescindibles del festival y del año, no solo por la calidad fílmica de la cinta sino por lo que significa y el lugar que ocupa en la industria.

El hoyo

Ganar el mayor galardón del festival y además el premio del público probablemente signifique algo. O bien el público ha valorado las películas con un acertado criterio cinematográfico, lo cual no suele ocurrir (ojo, y no debería, si no para qué existe el premio del público) o bien el festival ha valorado más el fenómeno que la película, puntuando lo que todo el mundo espera sin plantearse si es realmente la mejor película de las presentadas. Pero aún existe una tercera opción, y es que la película sea realmente merecedora de tales reconocimientos teniendo la suficiente calidad cinematográfica (sea esto lo que sea) como para ganar el máximo premio de un festival y siendo capaz de alcanzar el corazón o las tripas de los aficionados al género.

Me faltan datos para valorar si realmente El Hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019) es la mejor película de cuantas había en la Sección Oficial, principalmente porque no he visto muchas de ellas, pero sí tiene algunos elementos que pueden hacerla merecedora de tal galardón. En primer lugar es una cinta muy eficiente, con una puesta en escena minimalista, un mismo escenario con mínimas variaciones y un grupo reducido de actores. El Hoyo logra contar la historia que quiere contar sin caer en la repetición y haciendo siempre avanzar, poco a poco, la narración. Tiene también un ritmo perfectamente medido y sabe cuándo pisar el acelerador con escenas de la violencia más sangrienta o cuando frenar y dejar que sean los diálogos y las excelentes interpretaciones de sus actores los que lleven el peso de la escena. Tiene también un mensaje moral pero no moralista. La cinta habla de la diferencia de clases y la dinámica social pero sin caer en mensajes de baratillo ni pontificaciones. Además es una película que debido a su género agradecerá comercialmente el reconocimiento dado, lo que por otro lado debería ser también objetivo de los premios de festivales de cine. 

Con todo, El Hoyo no es especialmente original en su argumento ya visto anteriormente en numerosas ocasiones, y tiene un final poco valiente que desluce en parte el resto de la película. Pero sin duda es una de las películas del año y además es española con lo que merece doble apoyo. Llegará a los cines a finales de año y después a Netflix. 

Daniel isn’s real

Apartaos todos que llega la nueva generación. Miles Robins (hijo de Susan Sarandon y Tim Robbins) y Patrick Schwarzenegger (hijo de Arnold novoyarepetirsuapellido) protagonizan esta cinta producida por el bueno de Elijah Wood. Quién necesita a los clásicos.

Daniel isn’t real (Adam Egypt Mortimer, 2019) es una de esas películas que juegan a dos bandas y llegan al final del partido con éxito. Comienza siendo un relato de terror psicológico en el que un joven tiene que lidiar con un trastorno mental que oscila entre el amigo imaginario y la doble personalidad y acaba virando al fantástico más autoconsciente de forma magistral. Casi son dos películas diferentes y las dos buenas. Eso sí, se trata del tipo de giro argumental que puede encumbrar o hundir una película, si el espectador compra el cambio y se mete de lleno en lo que la película está contando la disfrutará como una de las mejores películas de género del año, si no, posiblemente la repudie como una película que no sabe cuál es su mensaje y naufraga entre diversos géneros. Una propuesta arriesgada.

The lighthouse

Si hay una película que para el que escribe debería llevarse todos los galardones posibles este año es The Lighthouse (Robert Eggers, 2019). La segunda película de Eggers tras la apreciada La bruja (The VVitch: A New-England Floktale, Eggers, 2015) es una obra formalmente fascinante y artísticamente insuperable. The lighthouse es perturbadora y cautivadora a partes iguales. La capacidad que tiene Eggers para jugar con la tensión en esta película es envidiable. El desasosegante escenario filmado en un claustrofóbico formato 4:3 y en blanco y negro y el mejor uso del sonido que se ha visto en cine en mucho tiempo hacen que el espectador quede pegado a la butaca, queriendo escapar pero sin poder dejar de mirar la belleza de los planos. Nunca una escala de grises transmitió tanto.

El gran acierto de The Lighthose está en coger lo mejor de muchas artes(teatro, literatura, pintura y sobre todo mucho cine) y unirlo para dar forma a una criatura nueva y embriagadora. El guión no deja de ser de una sencillez formal abrumadora, dos personas solas en un faro en una isla lejana. Pero lo que se construye desde ahí, diálogo a diálogo, silencio a silencio es colosal. Como lo es la interpretación de sus protagonistas, Willem Dafoe y Robert Pattinson (debería estar claro ya que es uno de los mejores actores de generación) insuperables en su drama y con unos enfrentamientos dialécticos o físicos (en lo que se refiere a la gestualidad del actor) a un nivel que pocas veces hemos visto. 

Pero lo mejor de The Lighthouse es su complejidad. En un momento en que el cine no pide reflexión al espectador, en el que solo se necesita un visionado para atrapar todo lo que una película tiene por ofrecer, encontrar una cinta exigente con el espectador, con innumerables niveles de lectura y que puede (y debe) verse una y otra vez para poder apreciarse en su conjunto, es lo mejor que le puede pasar al cine. 

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