'Ad Astra', James Gray

[Advertencia: En el presente texto se revelan detalles importantes de la trama de la película]

Ad Astra (Id, James Gray, 2019) puede ser considerada como la hermana espiritual de la anterior película de su director Z, la Ciudad Perdida (The Lost City of Z, Gray, 2016). Ambas comparten un profundo viaje a la psique de su protagonista enmarcado en una portentosa expedición adentrándose en la
inmensidad de la naturaleza. James Gray continúa empeñado en mostrarnos los traumas provocados por relaciones personales y sociales tortuosas con atención en el caso de Ad Astra a las relaciones paternofiliales. Casi podríamos considerar a una película como la sucesora lógica de la otra. Al final de Z, la ciudad perdida, el hijo protagonizado por Tom Holland se embarcaba en un largo viaje en busca de su padre, que había partido en busca de una obsesión sin jamás regresar. Ad Astra coge el testigo donde aquella lo dejó y con unos personajes más adultos y trasladando el escenario al espacio nos muestra cómo podría haber sido ese viaje. 


Buscar en el lugar equivocado 

En un futuro cercano la carrera espacial ha llevado a la humanidad a colonizar la Luna y Marte y a una exhaustiva búsqueda de vida extraterrestre. En este entorno, el mayor Roy McBride (Brad Pitt) es encargado viajar hasta Marte para tratar de contactar con su padre que marchó en una misión de exploración hacía Saturno hace más de veinte años y que se creía muerto hasta el momento. Esta búsqueda obsesiva reflejada exteriormente en el periplo espacial del protagonista pero que tiene su verdadero impacto interiormente tiene su eco en todos los aspectos de la narración. Es la búsqueda de algo externo al individuo que pueda salvarle de su situación ante la incapacidad de hacerlo por sí mismo. 


La propia humanidad acomete esta búsqueda masiva de vida extraterrestre mediante la construcción de una gigantesca antena espacial que sobrepasa la atmósfera terrestre, amén de numerosas bases y misiones espaciales de búsqueda. Gray subraya en varios momentos cómo la civilización arrastra consigo allá donde va todo aquello de lo que huye, en este caso la soledad. El hombre, en busca de una vida extraterrestre que pueda salvarlo de la soledad a la que la civilización moderna lo ha relegado se encuentra cada vez más solo y alejado de esa misma civilización que trata de recuperar. Solo hay que observar a los diversos habitantes en cada una de las paradas que McBride hace durante su viaje, algunos incluso –la recepcionista de Marte- se comportan de maneras que la propia civilización de la que procedece juzgaría cuanto menos extrañas. Pero no solo lleva consigo el hombre la soledad, aunque sea esta el principal tema del film, también arrastra la guerra –batallas entre naciones en el terreno de la luna- o un consumismo atroz –la luna ha sido convertida en un dutyfree de aeropuerto-. La humanidad busca obsesivamente vida extraterrestre ansiando una salvación que venga de fuera, pues es incapaz de salvarse a sí misma. 

Lo mismo ocurre con el Doctor H. Clifford McBride (Tommy Lee Jones) padre del protagonista que partió en una misión de búsqueda extraterrestre hace más de veinte años y nunca regresó. Cuando finalmente lo encontramos es un hombre completamente solo que ha dejado de lado a su familia y su propia humanidad, obsesionado con su búsqueda es incapaz de reconectar con su hijo cuando este llega, aterrado por la perspectiva de fallar en la consecución del objetivo por el que ha sacrificado todo. Tras más de veinte años investigando un área del espacio inexplorada hasta entonces tan obsesionado está con su búsqueda que “solo es capaz de ver lo único que no está ahí”. 



Por último el Mayor Roy McBride, habiendo sido abandonado por su padre siendo niño ha pasado el resto de su vida tratando de rellenar esa falta, vive atenazado por una búsqueda tan fuerte que ni siquiera es consciente de estar buscando nada –al pasar junto a la foto de su padre ni siquiera la mira de reojo incapaz de reconocer la carencia de su vida-. Ante la imposibilidad de recuperar a su padre, pues se le cree muerto, llega al término de buscarlo dentro de sí mismo replicando la vida de su padre en su propia carne. Se convierte en astronauta y dedica su vida a la búsqueda de vida extraterrestre, emocionalmente deja de lado cualquier tipo de sentimiento que no le acerque a esa búsqueda y presta ninguna atención a las relaciones sociales. Se convierte, igual que lo era su padre en un hombre totalmente comprometido con un trabajo, considerando cualquier otro aspecto de su vida, una distracción. La búsqueda llega a ser tan obsesiva que llega a bloquear sus propias sensaciones, convirtiéndolo paradójicamente en un profesional todavía mejor –ni siquiera en las situaciones más límite su cuerpo es capaz de superar las 80 pulsaciones por minuto-. Pero mientras que Gray da por perdido al personaje de Tommy Lee Jones, es a Roy McBride a quien permite terminar su búsqueda y servir de redención al resto de la humanidad. Es el contacto humano, el amor, parece decirnos Gray, la única solución posible a esta sensación de soledad abrumadora que inunda el mundo. Es en el momento en que, ya en Marte y tras varios intentos, McBride se da cuenta de que el mensaje que está enviando a su padre ha obtenido respuesta, cuando sus pulsaciones suben, por primera vez de ochenta por minuto, y también por vez primera se ve incapaz de superar su test psicológico [1]. Cuando el verdadero objetivo le es revelado, todas las barreras caen y la verdad sobre su vida sale a la luz. 

Desde ese momento y conforme su objetivo final –su padre- se encuentre cada vez más cerca, su cascarón se irá desmoronando cada vez más. Con cada día que pasa McBride se va permitiendo dejar la concentración profesional a un lado e imágenes de lo que tenía y perdió inundan su mente, su infancia, su mujer, su vida. Finamente al encontrarse con su padre atará el cabo que quedaba suelto en su vida, es este reencuentro emocional el que puede salvarnos como seres humanos. No importa con cuánto ahínco busquemos hacia el exterior, dice Gray, el objetivo debe estar en el interior, debemos aprender a reconectar emocionalmente con los demás para encontrarnos a nosotros mismos. Todo esto queda acentuado en lo visual en el uso del color. La limitada paleta asocia un color a cada fase del viaje vital de protagonista. Blanco al comienzo, cuando todo en McBride es aséptico, un profesional centrado y sin fisuras, abundancia de rojo en Marte cuando las emociones afloran de repente y el protagonista se ve obligado a enfrentarse a todo lo que siempre ha estado guardando y el negro vacío del espacio al final, cuando McBride encuentra por fin la paz y el equilibrio interior. 


Un director en busca de su sitio 

Gray ha hecho hincapié en ocasiones anteriores, especialmente al comienzo de su carrera en la dificultad para encontrar financiación para el tipo de cine que hace. Películas de presupuesto medio que son paradójicamente las que más difícil tienen en los últimos años lograr financiación. Esta vez sin embargo parece haber encontrado un hueco en la industria con un presupuesto sustancialmente mayor, frente a los 30 millones de dólares que nunca había superado en ninguna película anterior –Z, La ciudad perdida es la que más cerca estuvo de esa cifra–, el presupuesto de Ad Astra se estima entre 80 y 100 millones de dólares. Algo llamativo para un director que, pese a ser reconocido por la crítica nunca ha sido acompañado por la taquilla –su última película sin ir más lejos recaudó en todo el mundo 19 millones de dólares, con un presupuesto de 30–. Es posible que tener la cara de Brad Pitt en los carteles –también produce a través de Plan B– haya ayudado a conseguir la financiación pero no hay duda de que Gray también ha tenido que pagar ciertos tributos a la taquilla que se traducen en una serie de secuencias de acción que, aunque rodadas de una forma magistral, se antojan algo extrañas al resto de la película. Roy McBride cayendo en caída libre desde la antena gigante, una persecución-tiroteo de rovers sobre la superficie de la luna o una extraña misión de rescate en el espacio sirven de demostración de que Gray puede filmar todo tipo de géneros no solo con soltura sino con maestría, pero se antojan algo caprichosas en una cinta que tiene un tono y un ritmo diametralmente opuesto a ellas. Incluso si quitásemos dichas escenas de la película esta no cambiaría en nada sustancial. Es este pequeño tributo que se ha visto obligado a pagar el que lastra una película que aún con esto se convierte en uno de los referentes del año y en un salto de gigante en la carrera de uno de los directores más interesantes del panorama actual. 


[1] No deja de ser sintomático de la sociedad que presenta Gray en la película que cuando por fin el protagonista comienza a sentir sea cuando se ve incapaz de superar su test psicológico, y que sea en ese momento cuando la humanidad lo considere “no apto”

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