Where the Hell am I: Escribe como si tus padres estuvieran muertos


El guionista Jason Aaron nos brinda otra de sus columnas para aspirantes a escritor. Bajo este escandaloso título se esconde una gran lección. Aquí encontrarás la publicación original. Continúa leyendo para encontrar la traducción.





En la Universidad, tome tantos cursos de escritura creativa como pude. Algunos fueron más útiles que otros. Aunque cualquier cosa que te haga escribir con una fecha límite y te haga obtener feedback de gente que no son tus amigos o familia es siempre algo bueno.

En el instituto, era conocido como escritor. Escribí para el periódico del instituto y para el anuario y entré en cada concurso de escritura que apareció (El único tipo de trofeo que jamás gané por escribir llegó en 8º curso, por una historia sobre una viejo policía entrecano desmantelando una banda de modernos esclavistas. Como puedes ver, no me he alejado demasiado de mi curso original). En el instituto, a la gente le gustaba lo que escribía. A mi familia le gustaba, a mis amigos les gustaba, a los profesores les gustaba. Recuerdo cuando llegué a la universidad y comencé a tomar cursos de escritura creativa, fue la primera vez que me encontré con alguien que odiaba mi trabajo.

Esa es un experiencia fundamental para cualquier joven escritor.

Hasta que encuentres a alguien que solo vea los errores en tu trabajo, no entenderás de verdad tu propia escritura. Tu familia y amigos, porque te quieren, tienden a ver solo las cosas que les gustan en tu trabajo. Ven potencial. Otros estudiantes en un curso de escritura en la universidad, estudiantes que no te conocen, que no dan una mierda por ti, están buscando errores.

Todo joven escritor necesita conocer a gente que odie su trabajo.

Es el primer paso para escaparse de ser alguien que escribe simplemente para complacer a sus amigos y familia y convertirse en alguien que puede escribir para una audiencia real.


Mi profesor favorito de aquellos cursos de escritura de la universidad se llamaba Lawrence Wharton, y recuerdo que el primer día de clase, expuso sus muy sensatas reglas:

Mantén tus historias sencillas. Sin fantasía ni loca ciencia ficción. Ese simplemente no era el espacio para ello.

Esa era una clase relatos cortos, nos dijo. No un sustituto barato para la psicoterapia. Estábamos ahí para escribir historias, no para ocuparnos de nuestros profundamente arraigados asuntos personales en el papel. (Alguna gente desafortunadamente, falló en seguir esa regla particular y creo que más tarde se arrepintió).

Y por último, y quizás lo más importante, el profesor Wharton nos dio un pequeño y sabio consejo:

Escribe siempre como si tus padres estuvieran muertos.

He seguido ese consejo desde entonces.

Ahora bien, no me malinterpretéis. Quiero a mis padres y tengo una gran relación con ellos. Mi madre siempre ha sido mi mayor fan. Compra y lee todo lo que escribo, desde “Scalped” a “PunisherMAX”. Incluso tiene una página del dibujo de Guera en “Scalped” colgada de la pared del salón. Mi padre, creo, está un poco perplejo por mi éxito, pero está tan orgulloso de mí como puede, incluso aunque si por él fuera habría ido a la escuela de leyes años atrás.

Escribir como si tus padres estuvieran muertos no significa que realmente les desees ningún daño. Se trata tan solo de dejar ir tus inhibiciones. Renuncia a la vergüenza métete de lleno. No te censures a ti mismo. No te preocupes sobre quién pueda leerlo, sino simplemente ábrete a pesar de lo que otros puedan pensar.

Escribir para ti mismo y solo para ti.

He estado escribiendo como si mis padres estuvieran muertos durante mucho tiempo ya.

De vuelta a la escuela primaria, estaba escribiendo la clase de mierda demencial que probablemente habría hecho que me expulsaran hoy en día. O al menos me habría marcado como un tipo-que-probablemente-amenace-a-los-demás. No lo hice por supuesto. Amenazar a los demás me refiero. Creo que me metí en una pelea durante toda mi estancia en la escuela primaria, y estoy bastante seguro de que la perdí. Mi deleite en todas las cosas violentas y profanas estaba confinado únicamente a la ficción.

La primera historia que recuerdo escribir fue en la escuela, y se llamaba, lo creas o no, “Charlie Brown y la Motosierra”. Mi profesora, Dios la bendiga, en lugar de horrorizarse y alertar a las autoridades, me animó. Fue una de las primeras personas que jamás me dijo que debería crecer para ser un escritor.

Y aquí estoy. Todavía escribiendo el mismo tipo de mierda retorcida. Solo que ahora me pagan por ello.

Durante los años, escribí mucho. Poemas, historias, entradas en periódicos, unos pocos descontrolados, torpes y jodidos intentos de novelas. Escribí montones de mierda enferma y retorcida. Mucha de ella aspirando a ser “adulta”, pero aunque podría haberlo sido en términos de materia o nivel de violencia, raramente lo era en contenido real.

Pero porque nunca me frené, fui capaz de escribir mi camino a través un completo revoltijo de tonterías. Fui capaz de crecer en la página.

Durante años, escribí como si nadie fuera a leer nuca lo que había escrito. Y (gracias a Dios) poca gente lo hizo. No hay mucho a lo que pueda echar la vista atrás en aquel periodo y sentirme orgulloso de haberlo producido. No hay mucho que sienta como el trabajo de un autentico profesional. Mucho de ello ni siquiera se acerca.

Pero no me arrepiento de una sola línea. Porque me trajo hasta donde estoy ahora. Y me gusta dónde estoy ahora. Me gusta mucho.

Todavía escribo para mí mismo. Todavía escribo como si mis padres estuvieran muertos. Como si todo el mundo que jamás he conocido estuviera muerto. Y como si nadie más que yo fuera a leer nada de esto jamás.

Si alguna vez llego a un punto en el que esté escribiendo para alguien, será el momento de dejarlo.

Hasta entonces, todavía estaré aquí, escribiendo mierda jodida para hacerme sonreír.

Gracias por leer.

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